Genaro Pérez Villaamil y Duguet: el pintor que soñó una España monumental
Un talento precoz entre mapas y escenografías
Genaro Pérez Villaamil y Duguet (Ferrol, La Coruña, 3 de febrero de 1807 – Madrid, 5 de junio de 1854) es recordado como el mayor representante del paisajismo romántico en España y una de las figuras más influyentes de la pintura del siglo XIX. Nació en el seno de una familia culta y disciplinada: su padre, Manuel Pérez Villaamil, militar y profesor de dibujo, topografía y fortificaciones, se encargó de su educación inicial con la precisión de quien traza un plano de campaña. Su madre, María Duguet, era de origen francés, lo que añade a su biografía un matiz cosmopolita desde la cuna.
Genaro Perez Villaamil La capilla de los Benavente en Medina de Rioseco
A los cinco años ingresó en el Colegio Militar de Santiago de Compostela, donde ya apuntaba maneras: dibujaba con soltura planos de fortalezas, y se familiarizó pronto con la lógica de la geometría y el paisaje técnico. Sin embargo, el arte fue más fuerte que la táctica. Años más tarde, ya instalado en Madrid, optó por cambiar el sable por el pincel.
Apenas contaba con veinte años cuando se vio envuelto en los acontecimientos políticos que sacudían el país: participó en la resistencia contra los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823. Esta experiencia, unida a su vocación visual, templó su carácter. Poco después emprendió viaje a Puerto Rico, donde trabajó como escenógrafo teatral, oficio que afiló su sentido del encuadre, la atmósfera y la composición. Aquella etapa caribeña, a menudo silenciada por la historiografía, le dio una soltura técnica y un sentido del espectáculo que no abandonaría nunca.
Genaro Perez Villaamil Iglesia de Santiago el Menor, en Lieja
Romanticismo monumental y mirada europea
De regreso a Madrid en los años treinta, entró en contacto con la élite cultural de su tiempo y consolidó su carrera artística. El encuentro con el escocés David Roberts en 1833 fue decisivo. Roberts, afamado por sus escenas orientales y medievales, le contagió una mirada romántica, entre melancólica y grandiosa, que caló hondo en Villaamil. Desde entonces, sus paisajes se llenaron de arquitectura monumental, luces crepusculares y horizontes que parecían escenas teatrales.
Nombrado pintor de cámara de Isabel II y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue también el primer catedrático de paisaje en dicha institución, donde defendió con ardor que el paisaje debía dejar de ser considerado un género menor. No pintaba por decorar, sino por educar y conmover. A través de sus obras, pretendía despertar una conciencia histórica y estética del patrimonio monumental español, en una época en que muchos monasterios, castillos y conventos se derrumbaban en silencio.
Genaro Pérez Villaamil Vista del interior de una catedral
Viajó por media Europa: Francia, Bélgica, Escocia, Inglaterra e Italia. Esos viajes le permitieron comparar y, en cierto modo, envidiar la protección del patrimonio arquitectónico en otros países. España, con su esplendor ruinoso, le parecía un sueño a punto de desvanecerse, y quiso fijarlo en la pintura. Fue entonces cuando concibió su proyecto más ambicioso: España artística y monumental, publicado entre 1842 y 1850, con textos de Patricio de la Escosura y grabados de altísima calidad. La obra —una joya editorial del romanticismo— no solo difundió la imagen monumental de España por Europa, sino que elevó el paisajismo arquitectónico a un nivel nunca antes alcanzado.
Dibujante veloz, cronista de lo eterno
Villaamil dibujaba con rapidez y eficacia. Se decía de él que podía llenar una hoja en minutos sin perder la proporción ni la intención. Sus vistas de la Mezquita de Córdoba, la capilla de los Benavente o Toledo no son documentos topográficos, sino escenografías del alma: transforman el espacio real en espacio evocador. Junto a su producción más monumental, desarrolló también una faceta costumbrista que a veces se pasa por alto: sus escenas de tipos populares, con personajes extraídos del folclore y la vida cotidiana, revelan un interés sincero por la cultura popular y sus expresiones.
Genaro Pérez Villaamil Cripta
Murió en Madrid en 1854, con apenas 47 años, víctima de una afección pulmonar. No llegó a ver el reconocimiento pleno de su obra, aunque sí alcanzó el favor de sus contemporáneos. La crítica moderna lo ha colocado, con justicia, entre los grandes románticos europeos: lo que Friedrich fue para Alemania o Turner para Inglaterra, Villaamil lo fue para España. Pero mientras aquellos miraban hacia el misterio de la naturaleza o el color atmosférico, él miraba hacia el pasado arquitectónico de su patria, con un pincel que fue también una alarma y un acto de amor.
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Genaro Pérez Villaamil y la pintura taurina: fiesta, paisaje y arquitectura en tensión viva
Villaamil y la pintura taurina: fiesta, paisaje y arquitectura en tensión viva
Genaro Pérez Villaamil fue, además de maestro del paisaje monumental, un aficionado declarado a las corridas de toros. Mantuvo amistad con varios toreros de su tiempo y no fue ajeno al poderoso influjo que la tauromaquia ejercía sobre el imaginario artístico y popular del siglo XIX. Si bien su producción más conocida se concentra en el paisaje arquitectónico y el costumbrismo, la temática taurina aflora en varias de sus obras con fuerza lírica y visual.
Genaro Pérez Villaamil Corrida de toros en un pueblo En sus lienzos taurinos, Villaamil no representa la lidia como secuencia narrativa ni como gesto heroico, sino como parte viva de un entorno simbólico: el paisaje y la arquitectura que arropan al rito. La plaza, el pueblo, la luz y la multitud componen una escenografía emocional donde lo español se hace forma.
Entre sus obras más significativas destaca Corrida de toros en Guadalajara (Museo Carmen Thyssen Málaga), donde emplea su estilo pintoresco para mostrar una escena taurina enmarcada por un entorno monumental. La pintura capta la vibración del festejo popular en un contexto rural, fusionando la acción del ruedo con un paisaje lleno de carácter y profundidad.
También en la Corrida de toros en un pueblo (Colección Carmen Thyssen), Villaamil recrea el dinamismo de la fiesta en una arquitectura local, integrando casas, iglesia, gentío y cielo con esa mezcla tan suya de serenidad y energía. La acción se concentra sin estridencias, como si el propio pueblo respirara con la corrida.
Fiesta de toros en El Escorial En una clave más simbólica se sitúa la obra Manada de toros junto a un río, al pie de un castillo (1837, Museo del Prado). No hay lidia, pero sí una fuerte carga alegórica: los toros se mueven en libertad entre el agua y la ruina, en un escenario romántico que sugiere lo ancestral y lo indómito de lo taurino como símbolo nacional.
Especial mención merece la Fiesta de toros en El Escorial, también conservada en el Museo del Prado. Aquí, la grandeza del paisaje arquitectónico dialoga con la vitalidad popular. El equilibrio entre el Escorial severo y la alegría de la corrida revela una visión muy española del contraste: mística y carne, solemnidad y júbilo.
Aunque no se trata del núcleo central de su obra, estas escenas taurinas revelan la versatilidad de Villaamil y su capacidad para incrustar lo popular en lo monumental. No pintó tauromaquias heroicas, sino fiestas del pueblo que vibran bajo cielos románticos y plazas con alma. En ellas, los toros no son espectáculo aislado, sino parte orgánica del paisaje nacional.
Genaro Pérez Villaamil Manada de toros junto al río al pie del castillo Su interés por los festejos taurinos respondía tanto a una afición personal como a un impulso intelectual: documentar lo que hace a España reconocible desde dentro. Y en ese mapa de esencias, la tauromaquia era vértice visible y sonoro. Su legado pictórico, conservado en instituciones como el Museo del Prado, el Museo Carmen Thyssen Málaga o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, permite hoy redescubrir esa otra faceta suya: la del pintor que vio en la fiesta de los toros no un tema más, sino un espejo nacional que merecía ser fijado con pincel culto y emocionado.
Genaro Pérez Villaamil fue, además de maestro del paisaje monumental, un aficionado declarado a las corridas de toros. Mantuvo amistad con varios toreros de su tiempo y no fue ajeno al poderoso influjo que la tauromaquia ejercía sobre el imaginario artístico y popular del siglo XIX. Si bien su producción más conocida se concentra en el paisaje arquitectónico y el costumbrismo, la temática taurina aflora en varias de sus obras con fuerza lírica y visual.
Genaro Pérez Villaamil Corrida de toros en un pueblo En sus lienzos taurinos, Villaamil no representa la lidia como secuencia narrativa ni como gesto heroico, sino como parte viva de un entorno simbólico: el paisaje y la arquitectura que arropan al rito. La plaza, el pueblo, la luz y la multitud componen una escenografía emocional donde lo español se hace forma.
Entre sus obras más significativas destaca Corrida de toros en Guadalajara (Museo Carmen Thyssen Málaga), donde emplea su estilo pintoresco para mostrar una escena taurina enmarcada por un entorno monumental. La pintura capta la vibración del festejo popular en un contexto rural, fusionando la acción del ruedo con un paisaje lleno de carácter y profundidad.
También en la Corrida de toros en un pueblo (Colección Carmen Thyssen), Villaamil recrea el dinamismo de la fiesta en una arquitectura local, integrando casas, iglesia, gentío y cielo con esa mezcla tan suya de serenidad y energía. La acción se concentra sin estridencias, como si el propio pueblo respirara con la corrida.
Fiesta de toros en El Escorial En una clave más simbólica se sitúa la obra Manada de toros junto a un río, al pie de un castillo (1837, Museo del Prado). No hay lidia, pero sí una fuerte carga alegórica: los toros se mueven en libertad entre el agua y la ruina, en un escenario romántico que sugiere lo ancestral y lo indómito de lo taurino como símbolo nacional.
Especial mención merece la Fiesta de toros en El Escorial, también conservada en el Museo del Prado. Aquí, la grandeza del paisaje arquitectónico dialoga con la vitalidad popular. El equilibrio entre el Escorial severo y la alegría de la corrida revela una visión muy española del contraste: mística y carne, solemnidad y júbilo.
Aunque no se trata del núcleo central de su obra, estas escenas taurinas revelan la versatilidad de Villaamil y su capacidad para incrustar lo popular en lo monumental. No pintó tauromaquias heroicas, sino fiestas del pueblo que vibran bajo cielos románticos y plazas con alma. En ellas, los toros no son espectáculo aislado, sino parte orgánica del paisaje nacional.
Genaro Pérez Villaamil Manada de toros junto al río al pie del castillo Su interés por los festejos taurinos respondía tanto a una afición personal como a un impulso intelectual: documentar lo que hace a España reconocible desde dentro. Y en ese mapa de esencias, la tauromaquia era vértice visible y sonoro. Su legado pictórico, conservado en instituciones como el Museo del Prado, el Museo Carmen Thyssen Málaga o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, permite hoy redescubrir esa otra faceta suya: la del pintor que vio en la fiesta de los toros no un tema más, sino un espejo nacional que merecía ser fijado con pincel culto y emocionado.
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Re: Genaro Pérez Villaamil y Duguet: el pintor que soñó una España monumental
Son cuadros grandiosos de edificios, catedrales, grandiosas, nunca había visto cuadros asi de pintores españoles. forostoreros vale mucho.
Re: Genaro Pérez Villaamil y Duguet: el pintor que soñó una España monumental
Este tipo de pintura monumental es lo que necesitan también las plazas de toros, porque hay unas cuantas que son monumentales.
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