Foros Toreros

¿Hay algo peor que un turista de Madrid con perro?

Mi turista de Madrid preferido se reconoce a la primera. Llega a la costa con gafas negras tamaño parabrisas, camisa floreada que parece heredada de un primo de Benidorm, bermudas de colores estridentes y chanclas que aspiran a sonar británicas. Le delata el gesto: quiere parecer cosmopolita, pero en cuanto abre la boca, pide un vermut en chiringuito con acento de Chamberí. Lo pintoresco se vuelve caricatura cuando aparece el complemento estrella: la mascota. Su perro, un caniche atado a una correa fluorescente, es tratado como si fuera el heredero de Windsor. El ritual no falla: el chucho olisquea a otro perro en el paseo marítimo, y en vez de dejarlo hacer, el turista lo alza en brazos como si hubiera tocado veneno y procede a besarle el morro, ante la mirada horrorizada de medio paseo.

En las Ramblas, el madrileño presume de “caminar como un local”, pero va con su bulldog francés en carrito de bebé, apartando turistas con cara de indignación porque nadie le cede el paso.

En el Casco Viejo pide kalimotxo “como lo tomamos en Madrid” y enseguida sirve agua mineral premium a su perro en un vaso de sidrería, como si fuera un marqués de cuatro patas.

En Gijón... en la playa de San Lorenzo exige espacio para su yorkshire, le coloca unas gafas de sol infantiles y luego protesta porque la arena “no está fina como en la Costa Brava”.

En El Ferrol, el madrileño pide marisco fresco para él, y para su mascota exige mejillones cocidos sin sal. Los camareros aún se preguntan si era broma, pero el madrileño dejó propina de influencer.

En Sevilla, este madrileño recorre la Avenida de la Constitución con el perro en brazos, sudando más que en el Metro de Sol en agosto, pero convencido de que está dando un paseo romántico bajo la Giralda.

En la Malagueta intenta colar a su perro en la sombrilla de alquiler, con ventilador incluido, y protesta porque la sangría “no sabe como en la Gran Vía”. El perro, mientras, se zampa las aceitunas.

¿Y Mallorca? aquí alquila un velero para hacerse fotos “ibicencas” en plena Bahía de Palma, con el perro disfrazado de marinerito. El patrón local jura que nunca había visto semejante naufragio de estilo.

¿Y en Gibraltar? ¿qué pasa en Gibraltar? El madrileño con perro sube al Peñón convencido de que los monos harán migas con su cocker spaniel. El resultado: los monos le roban las galletas veganas del perro, y él grita indignado que llamará al consulado español.

El auténtico madrileño va a Benidorm, y allí ya ni se distingue del paisaje: chanclas, toalla, cubo de sangría… solo que el perro luce bañador a juego con su dueño y un flotador en forma de flamenco rosa. ¡Ah! Y a veces dice "Beni".