Cuando el perro se convierte en refugio, y la humanidad se queda fuera
Publicado: Lun Jun 30, 2025 10:23 am
Cuando el perro se convierte en refugio, y la humanidad se queda fuera
“La ternura es el último refugio de una humanidad cansada.”
— Pascal Bruckner
Hay algo perturbador en ciertos parques de ciudad: adultos que sólo sonríen a sus perros, que les hablan como si fueran hijos, que se despiden con un “te quiero” al salir de casa. No se trata ya del amor legítimo por un animal de compañía, sino de un desplazamiento emocional más hondo. El perro ya no es el mejor amigo del hombre: en muchos casos, es el único amigo que queda.
Lo que comienza como una forma tierna y tranquilizadora de vínculo puede convertirse en un sistema cerrado: un afecto sin conflicto, sin contradicción, sin riesgo. La compañía del animal se convierte en excusa para evitar el mundo, y ese mundo —complejo, contradictorio, agotador— deja de ser deseable. Psicólogos y sociólogos advierten de un auge creciente de relaciones unidireccionales, donde la lealtad perruna se prefiere a la fragilidad humana.
En el extremo, surge el “perrhijismo” tóxico: tutores que viven en función de sus animales, con ansiedad al separarse de ellos, rechazando actividades o vínculos humanos por no encajar en la rutina canina. Esta forma de dependencia emocional, alimentada por una industria millonaria, da apariencia de cuidado, pero muchas veces encubre una soledad estructural. A la larga, la ternura —como advirtió Bruckner— se convierte en el último refugio de quienes ya no esperan nada de nadie.
Y sin embargo, la tendencia crece. Cada mes, cada año, más hogares viven solos, más vínculos humanos se disuelven, y más personas encuentran en sus perros una presencia limpia, estable, sin dobleces. Pero en ese mismo gesto puede estarse gestando un mundo emocional más pobre, menos arriesgado, menos humano.
“La ternura es el último refugio de una humanidad cansada.”
— Pascal Bruckner
Hay algo perturbador en ciertos parques de ciudad: adultos que sólo sonríen a sus perros, que les hablan como si fueran hijos, que se despiden con un “te quiero” al salir de casa. No se trata ya del amor legítimo por un animal de compañía, sino de un desplazamiento emocional más hondo. El perro ya no es el mejor amigo del hombre: en muchos casos, es el único amigo que queda.
Lo que comienza como una forma tierna y tranquilizadora de vínculo puede convertirse en un sistema cerrado: un afecto sin conflicto, sin contradicción, sin riesgo. La compañía del animal se convierte en excusa para evitar el mundo, y ese mundo —complejo, contradictorio, agotador— deja de ser deseable. Psicólogos y sociólogos advierten de un auge creciente de relaciones unidireccionales, donde la lealtad perruna se prefiere a la fragilidad humana.
En el extremo, surge el “perrhijismo” tóxico: tutores que viven en función de sus animales, con ansiedad al separarse de ellos, rechazando actividades o vínculos humanos por no encajar en la rutina canina. Esta forma de dependencia emocional, alimentada por una industria millonaria, da apariencia de cuidado, pero muchas veces encubre una soledad estructural. A la larga, la ternura —como advirtió Bruckner— se convierte en el último refugio de quienes ya no esperan nada de nadie.
Y sin embargo, la tendencia crece. Cada mes, cada año, más hogares viven solos, más vínculos humanos se disuelven, y más personas encuentran en sus perros una presencia limpia, estable, sin dobleces. Pero en ese mismo gesto puede estarse gestando un mundo emocional más pobre, menos arriesgado, menos humano.