Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
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Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
La escena se ha vuelto común: un perro durmiendo en la cama junto a su dueño, envuelto en la misma intimidad que antaño se reservaba para la pareja o el descanso personal. Hoy se celebra como gesto de ternura, como si el animal se hubiera convertido en confidente y refugio frente a las carencias de la vida moderna.
No se trata de un simple hábito doméstico. Detrás late un fenómeno cultural y económico: la industria del cuidado animal ha promovido esta idea con camas especiales, pijamas, mantas y hasta terapias que normalizan al perro como compañero de alcoba. Se vende como amor, cuando en realidad responde a un mercado que explota la soledad y la inseguridad emocional.
El discurso animalista ha reforzado esta visión, defendiendo que los lazos emocionales con un perro son equivalentes, o incluso superiores, a los vínculos humanos. El resultado es la inversión de prioridades: se desplazan los códigos culturales de la intimidad y se sustituye la búsqueda de calor humano por la compañía incondicional del animal.
Dormir con el perro no es un acto inocente. Supone renunciar al espacio propio, disolver fronteras necesarias y asumir una vida subhumana en la que la intimidad personal ya no está vinculada a la identidad ni a los afectos humanos, sino a un sucedáneo que no cuestiona ni exige reciprocidad real.
Por eso, más que una muestra de cariño, compartir la cama con el perro puede leerse como una claudicación. No es ternura: es renuncia. Es aceptar el destierro interior, es vivir amputado, es una vida de carencias esenciales. Un perro no llenará ese vacío por más que —como hacen muchos desterrados— alardeen de la fidelidad del perro.
La escena se ha vuelto común: un perro durmiendo en la cama junto a su dueño, envuelto en la misma intimidad que antaño se reservaba para la pareja o el descanso personal. Hoy se celebra como gesto de ternura, como si el animal se hubiera convertido en confidente y refugio frente a las carencias de la vida moderna.
No se trata de un simple hábito doméstico. Detrás late un fenómeno cultural y económico: la industria del cuidado animal ha promovido esta idea con camas especiales, pijamas, mantas y hasta terapias que normalizan al perro como compañero de alcoba. Se vende como amor, cuando en realidad responde a un mercado que explota la soledad y la inseguridad emocional.
El discurso animalista ha reforzado esta visión, defendiendo que los lazos emocionales con un perro son equivalentes, o incluso superiores, a los vínculos humanos. El resultado es la inversión de prioridades: se desplazan los códigos culturales de la intimidad y se sustituye la búsqueda de calor humano por la compañía incondicional del animal.
Dormir con el perro no es un acto inocente. Supone renunciar al espacio propio, disolver fronteras necesarias y asumir una vida subhumana en la que la intimidad personal ya no está vinculada a la identidad ni a los afectos humanos, sino a un sucedáneo que no cuestiona ni exige reciprocidad real.
Por eso, más que una muestra de cariño, compartir la cama con el perro puede leerse como una claudicación. No es ternura: es renuncia. Es aceptar el destierro interior, es vivir amputado, es una vida de carencias esenciales. Un perro no llenará ese vacío por más que —como hacen muchos desterrados— alardeen de la fidelidad del perro.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Dormir con el perro no es ternura, es aceptar que la soledad te derrotó y disfrazarla de compañía peluda.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
La cama era el último espacio íntimo del ser humano; ahora se ha convertido en zoológico emocional para urbanitas desencajados.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Lo grave no es el perro en la cama, lo grave es que el dueño no vea el vacío que intenta tapar.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
El animalismo ha vendido esta moda como progreso, pero en realidad es regresión: volver a la cueva, compartir el jergón con el lobo domesticado.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Que no fastidien: yo prefiero pelos en la sábana antes que ronquidos de suegra o discusiones de pareja. Cada cual su miseria.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
He tenido perro y nunca lo subí a la cama. El afecto se demuestra cuidando, no compartiendo la almohada como si fuera un hijo.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
El perro en la cama es síntoma de un capitalismo sentimental: cuanto más solo está el hombre, más consumo alrededor del animal.
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Esto no es nuevo: ya en Roma había sátiras contra quienes ponían más cariño en los canes que en los ciudadanos. La historia se repite.
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Enriqueta3
- Mensajes: 73
- Registrado: Dom Dic 06, 2020 2:16 am
Re: Compartir cama con el perro es vivir desterrado de tus propios sentimientos
Un perro te da calor, sí, pero no te da conversación, ni dudas, ni contradicciones. Y sin contradicción no hay vida plena.
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